Una agradable y tierna
sensación recorre mi cuerpo, rodeado de sus pequeños brazos a mi
cuello y de sus piernas en precavido placaje en mi cintura. Siento su
cuerpo un apéndice más del mío, tal como fue en no tan reciente
pasado, dándole toda la protección, todos los cuidados a través de
mi cuerpo, unido a mí, como nunca lo estará ya.
Al grito de “nos
vamos”, se desembaraza de mí y corre a coger su abrigo, le arropo
bien para protegerlo del frío viento de la calle y nos dirigimos al
coche, sin desvelar nuestro destino, el centro de salud. Ha llegado
el momento de la vacunación, que no me pille desprevenida ninguna
enfermedad que podamos evitar, así que proporcionaremos a sus
defensas una buena trinchera, donde esos “pokemon” luchadores
podrán repeler a esos malvados microorganismos.
Con ese mismo instinto de
protección le siento en su sillita infantil y le abrocho sus
arneses, convencida que ante una frenada brusca o accidente, ni el
más grande de mis abrazos de oso podría retenerle en mi regazo, de
modo que delego mi protección en ese artilugio con cinco puntos de
anclaje, el mejor de los pulpos que aunque cojo, le aferrará a la
vida.
El cordón umbilical ya
se ha cortado y él es una personita que cada vez será más
autónoma, no siempre estará pegado a mí, aunque alguna vez se me
haya pasado por la cabeza atarlo a mi con mi cinturón de seguridad,
pero la deseché inmediatamente en cuanto me enteré que de este modo
se puede convertir en mi airbag y aplastarle como una mosca contra
un cristal.
Para que el nivel de
protección sea el máximo, he instalado la sillita en el asiento
central trasero que las estadísticas apuntan es el más seguro, a
pesar de dejar de tenerlo tan cerca como en el asiento del copiloto,
llamado asiento de la suegra, no sé por qué, ya que está
demostrado que es el más peligroso.
Para que mi manto de
protección sea el más eficaz, y no siendo mujer de marcas, he
comprobado que tenga la etiqueta que certifique su homologación,
esas condiciones mínimas de seguridad que cuiden bien a mi peque.
Al llegar al centro de
salud, lo recojo en mis brazos desde el lado de la acera, la mejor
plataforma de aterrizaje y evito el lado oscuro por el que me puede
atacar desprevenidamente cualquier estrella de la muerte. Suerte que las
clases de Pilates me ayudan en estos estiramientos para sacarle de su
silla, ya que sacarle desde el asiento central es una prueba para Elastic-girl, soy una mamá increible.
Por ahora estoy en forma
y subir y bajar del coche llega a ser un entretenido juego, ahora
bien, no creo que le guste tanto jugar a médicos, cuando sienta la
aguja en su bracito. Bueno, bueno, eso no pasa todos los días,
¿verdad?
Abrazos especiales que salvan vidas.